Numancia


Antigua ciudad prerromana situada en el Cerro de la Muela de Garray, en la confluencia del Tera y el Duero, en las cercanías de la actual ciudad de Soria.

Numancia estaba habitada por los arévacos y algunos elementos pelendones, dos de las cuatro tribus celtíberas de la península Ibérica. Los numantinos o arévacos eran un pueblo pastoril dedicado a la cría de ovejas, cabras, ganado vacuno y caballos. Sus actividades económicas eran propias de un pueblo nómada; no fundaron ciudades-estado hasta el siglo III a.C, a partir de ese momento la agricultura también adquirió cierta importancia, así como las actividades mineras.numancia[1]

Los arévacos, unidos a los demás pueblos celtibéricos por lazos de parentesco y amistad, crearon la denominada Confederación Tribal, cuyo cometido era la defensa mutua del territorio. Formaban esta confederación los arévacos, belos, titos, lusones y pelendones.

Creció rápidamente debido a su privilegiada situación geográfica, que la convertía en una encrucijada entre la economía ganadera de los pelendones en el norte y la agrícola de los arévacos en el sur. Tenía unas dimensiones importantes, alrededor de 22 hectáreas, en las que vivían aproximadamente entre 8.000 y 16.000 personas. La organización política de la ciudad consistía en una asamblea popular encargada de la elección de los jefes militares, un consejo de ancianos al estilo de un senado aristocrático, que era el que tomaba las decisiones fundamentales, y unos magistrados electivos que se ocupaban del desarrollo de la vida urbana y la administración de justicia, además del servicio de representación y la diplomacia. La aristocracia gentilicia, poseedora de los grandes rebaños y las mejores tierras, constituía por tanto la cúspide de la pirámide social.Vista%20de%20Numancia%20(libre)[1]


La guerra Celtíbera 154 – 151 a.C.

El origen del conflicto que enfrentó por primera vez a los romanos con los pueblos de celtiberia o los «celtas de Iberia», asentados entre el curso alto del Duero y el Ebro medio, se originó en el año 154 a.C. en Segeda, en el término zaragozano de Mara, cuando la creciente población de la ciudad obligó a la ampliación del recinto urbano que fueron rodeados con una muralla. El senado romano interpretó este hecho como una violación del tratado firmado por Tiberio Sempronio Graco en el 179 a.C., por el que los Belos se comprometían a no construir ciudades a amuralladas. Segeda respondió que, si bien no se podían construir nuevas ciudades con murallas, nada se decía de ampliar las ya existentes. El senado Romano no atendió a reclamaciones y exigió a los Belos que paralizaran las obras de la muralla. ante la negativa de los Segedenses, se declaró la guerra.numancia%20%20mapa%20iberos[1]

Quinto Fulvio Nobilior, se presentó con dos legiones ante los muros inconclusos de Segeda. Su campamento quedó levantado a tan sólo cinco kilómetros de la ciudad; le segedenses, atemorizados ante lo que se les venía encima y carentes de defensas porque las murallas no habían sido terminadas, abandonaron la población y pidieron auxilio a los Arévacos, cuya ciudad principal era Numancia, hasta entonces una anónima localidad que se levantaba en las parameras del alto Duero.


Cambio en el calendario actual. El año comienza en Enero y no en Marzo.

Hasta ese momento el año romano comenzaba en el mes de Marzo, con la elección de los dos cónsules, los magistrados más importantes de la República, el día 15, los Idus de ese mes. Pero la declaración de guerra provocó una reforma en el calendario electoral: en el 153 a.C., por primera vez en la historia de Roma, el año comenzó el 1 de Enero, hasta entonces del undécimo mes del calendario. La elección de los dos nuevos cónsules, los encargados de dirigir el ejército, se adelantó así varias semanas para que uno de ellos pudiera llegar antes los muros de Segeda al frente del ejército romano en primavera. Fue de esta manera como se adelanto el comienzo del año al 1 de Enero, las Calendas.calendas[1]

No obstante, el calendario romano, el hoy utilizado universalmente, han pervivido restos que nos hablan de aquella mutación: así, los meses que ahora ocupan los puestos noveno, décimo, undécimo y duodécimo mantienen un nombre que denota que en otro tiempo ocuparon los puestos séptimo (septiembre), octavo (octubre), noveno (noviembre) y décimo(diciembre).


Derrota tras derrota. Numancia desespera y atormenta a Roma.

Quinto Fulvio Nobilior

Nobilior se dirigió hacia los arévacos al frente de dos legiones. Confiado en el elevado número de soldados y en la superioridad de su ejército, el cónsul se adentró en las montañas de celtiberia persiguiendo a los segedenses. Los romanos no conocían el interior de Hispania, y aunque contaban con numerosas tropas auxiliares indígenas, la superioridad numérica y táctica de las legiones se contrarrestaba con el conocimiento del terreno de los celtíberos y su estrategia de ataques por sorpresa.pilum_attack[1]

El 23 de agosto de 153 a.C., cuando las dos legiones avanzaban sobre Numancia, arévacos y belos, dirigidos por el segedense Caro, cayeron por sorpresa sobre los romanos en una emboscada en una zona boscosa al sur de la provincia de Soria, causándoles una grave derrota. En la refriega murió Caro, pero el efecto fue tal que esa fecha fue considerada nefasta y ningún general romano emprendió nunca una batalla en ese día, en el día en el que se celebraba la fiesta en honor al dios Vulcano.batalla[1]

Pese a la derrota, los romanos continuaron su avance y Nobilior construyó un campamento a unos seis kilómetros al oeste de Numancia. En cuanto recibió refuerzos, con varios escuadrones de jinetes númidas y diez elefantes, se dispuso a atacar la ciudad. El cónsul lanzó alocadamente a sus hombres y a sus elefantes contra la muralla, y aunque en un primer envite la carga de los paquidermos fue demoledora, uno de éstos resultó herido en el cráneo por una gran piedra arrojada desde lo alto de una puerta y el animal, enloquecido, se revolvió contra los asaltantes provocando una verdadera masacre. Irritado por el fracaso, Nobilior saqueó las aldeas cercanas, intentando cortar los suministros de los numantinos e iniciando así un asedio que duraría más de veinte años.

Claudio Marcelo

Cónsul experimentado y gran conocedor de Hispania, para que accediese al cargo, fue necesario modificar la ley romana que exigía desde comienzos del siglo II a.C., un intervalo de diez años desde el cese y la reelección en una magistratura, ya que Marcelo había finalizado su anterior consulado tan sólo tres años atrás. Marcelo comenzó a conquistar el valle del Jalón y las ciudades de Ocilis y Nertóbriga, para dirigirse después hasta Numancia. Su intención era alcanzar el fin de la guerra antes de la llegada del siguiente cónsul Licino Lúculo.guerrero[1]

Marcelo consiguió que su jefe, Litennón se viese obligado a negociar con él. El coste de la paz para los celtíberos fue muy elevado, ya que Marcelo les exigió la entrega de numerosos rehenes, además de tener que hacer frente al pago de un tributo de 600 talentos de plata, y que dada la pobreza del territorio, sólo pudieron reunirse gracias a la aportación de todas las tribus celtíberas. La confrontación llegó a su fin y permitió un periodo de paz que se prolongó durante ocho años.

Quinto Cecílio Metelo

Una vez finalizadas las Guerras Púnicas y tras la consiguiente derrota de Cartago, los romanos iniciaron la conquista de la península Ibérica y emprendieron una guerra contra todos aquellos pueblos que se negaron a someterse.Guerreros_celtiberos[1]

Metelo que llegaba de la gloria militar de sus campañas en Grecia con la derrota definitiva de Macedonia y la destrucción de Corinto, comenzó a pacificar la Celtiberia Citerior, conquistando las ciudades de Nertóbriga, Centóbriga y Contrebia. Esta situación provocó un retraso en sus planes, al no tener tiempo para enfrentarse a las dos ciudades más importantes de los arévacos: Termancia y Numancia. Con la llegada del invierno Metelo se vio forzado a encerrarse en el campamento a la espera de la llegada de su sucesor.

Quinto Pompeyo Aulo

Recibió un ejército de treinta mil hombres y dos mil jinetes, con los que acampó frente a Numancia. Buscó el enfrentamiento en campo abierto y los numantinos le hicieron creer que aceptaban la batalla, aunque emprendieron la retirada para atraer al enemigo a un terreno más favorable para ellos. Pompeyo se apresuró a perseguirles hasta alcanzar los fosos y las estacas que formaban parte de las defensas de Numancia y que dificultaban el acceso por el lado más expuesto de la ciudad, la ladera Este. Fue entonces cuando los Numantinos sorprendieron a los legionarios romanos, cayendo sobre ellos y causándoles numerosas bajas.CELTÍBEROS-1[1]

Tras estas incursiones, Pompeyo fue ampliado en su cargo, retornó a Numancia, pero escarmentado por su experiencia anterior, creyó que la mejor estrategia era poner cerco a la ciudad. Para ello, puso a trabajar a los hombres con la finalidad de desviar el rio Merdancho hasta hacerlo coincidir con el Duero, mediante la realización de un foso que en determinadas zonas de la llanura de Numancia tuvo que salvar un desnivel de 13 metros. Sin embargo se encontraron con la resistencia de los numantinos, quienes con sus continuos ataques, ocasionaron numerosas bajas entre los romanos que se dedicaban a esta tareas, logrando, incluso, encerrar en su campamento a los que buscaban forraje para abastecer al resto del ejército.

El cónsul se retiró a su campamento donde sufrió nuevas emboscadas.

Marco Popilio Lenas

En el 138 a.C., Popilio se presentó ante las murallas de Numancia y decidió cambiar la táctica de sus predecesores, creyendo que con escalas de asalto la conquista de la ciudad resultaría más fácil. Los numantinos no presentaron oposición, permaneciendo pacientemente escondidos. Al no encontrarse ningún defensor que se opusiese a su intento de expugnación y temiendo alguna emboscada, retiraron las escalas, momento en el que los numantinos se lanzaron al ataque, ocasionándoles de nuevo grandes pérdidas.escanear0386[1]

Cayo Hostilio Mancino

El nuevo cónsul encargado de resolver la guerra numantina resolvió llevar los combates a campo abierto, aunque los numantinos también les causaron numerosas bajas. Por eso se vio obligado a retirarse a su campamento. Cuando recibió la noticia de la llegada de los cántabros y los vacceos en socorro de los numantinos, a Hostilio le entró el pánico y huyó a Renieblas, donde Nobilior estableció su primer campamento, aunque se encontraba sin ningún tipo de fortificación. El cónsul al verse de nuevo cercado por unos numantinos que amenazaban con matar a sus hombres, accedió a firmar un acuerdo en términos de igualdad a cambio de reconocer la autonomía de Numancia._imagennuman_6586517c[1]

Mancino fue acusado por el senado romano de buscar gloria, el botín y el honor del triunfo por encima del provecho y los intereses de Roma. Como castigo fue entregado a los numantinos desnudo y con las manos atadas a la espalda, para que sufriese humillación pública. Los numantinos no quisieron participar en esa deshonra y le devolvieron al campamento romano.

Marco Emilio Lépido

En el año 135 a.C., Emilio Lépido sustituyó a Mancino como cónsul en Hispania. Pertenecía a la alta aristocracia y no tenía ningún tipo de educación militar. Era apodado Porcina, debido a su aspecto.

Aunque el Senado quería que Emilio Lépido mejorara las relaciones con los pueblos celtíberos, la intención del cónsul era el asalto a cualquier ciudad, a fin de conseguir aumentar su fortuna. Enseguida optó por evitar tanto Numancia como Termancia, atacando en su lugar Palantia.guerreros_arevacos[1]

En marzo del año 134 a.C. decidió abandonar el ataque a Palantia. Durante la evacuación de los campamentos, los ciudadanos de Palantia se abalanzaron sobre el ejército romano, causando numerosas bajas. Más de 6000 legionarios murieron en las cercanías de Palantia.

Emilio Lépido regresó a Roma, donde fue multado por su actuación en Numancia.

Lucio Furio Filón

Fue elegido cónsul en el año 136 a.C. para un mandato de dos años, en sustitución de Cayo Emilio Lépido. Junto a él fueron enviados 25000 soldados, así como a dos antiguos cónsules en Hispania: Quinto Cecilio Metelo y Quinto Pompeyo Aulo.

Nada más llegar a Hispania le fue encomendado entregar a Mancino a los numantinos, tras haber sido ésta declarado culpable por sus los tratos de paz con Numancia. Además, también le fue ordenado atacar la ciudad.iberos10[1]

El ejército a las órdenes de Furio Filo estaba atemorizado ante la perspectiva de atacar Numancia. Por ello, Furio Filo decidió atacar Palantia en su lugar, considerándolo como un objetivo más fácil, a fin de lograr elevar la moral de sus tropas. De camino hacia Palantia, fueron las tropas de la misma ciudad quienes les derrotaron.

Tras la derrota ante los palantinos, Furio Filo decidió retirarse al campamento de la Carpetania, donde permaneció hasta que, en el año 135 a.C., el Senado de Roma le reclamó para pedirle explicaciones sobre su actuación en Hispania, y le sustituyó en el cargo por Calpurnio Pisón.

Quinto Calpurnio Pisón

Calpurnio Pisón fue enviado en el año 135 a.C., en sustitución de Furio Filo, a Hispania con la única intención de acabar con Numancia.

Al igual que sus antecesores, Calpurnio Pisón carecía de formación militar. Nuevamente, eludió combatir contra Numancia, como otros habían hecho antes, y atacó Palantia. Cuando el ejército romano estaba acercándose a la ciudad, fueron atacados por los celtíberos, quienes arrasaron a los legionarios.

Tras la derrota, Calpurnio Pisón se retiró con sus tropas a la Carpetania, donde permaneció hasta que fue relevado.jinete celtibero[1]


Publio Cornelio Escipión Emiliano

El sustituto de Calpurnio fue Publio Cornelio Escipión Emiliano. Había nacido em 185 a.C., y era hijo del cónsul Lucio Emiliano Paulo. Como era costumbre entre las familias de la nobleza con una prole numerosa fue dado en adopción a otra familia importante, en este caso a un hijo de Escipión el Africano «El vencedor de Anibal». Al igual que todos los jóvenes romanos de clase dirigente, empezó muy pronto su adiestramiento militar, y con 17 años sirvió a las órdenes de su padre natural en la guerra contra Perseo, el último rey de Macedonia, que culminó en la victoria de Pidna.Escipion-emiliano[1]

Pronto destacó por su postura intransigente en política exterior, en la que se mostro firme partidario de la mano dura con los pueblos indígenas. En el 151 a.C. participó en la guerra celtíbera como tribuno militar, a las órdenes del gobernador Lícino Lúculo. Cinco años después cumpliría con la misión más trascendental de su carrera: la destrucción total de la ciudad de Cartago, último bastión del pueblo púnico. Por eso en el año 135 a.C., y ante el estancamiento de la guerra numantina después de 18 años de guerra, los romanos pensaron de nuevo en él para salir del atolladero.

En la primavera del año 134 a.C., Escipión puso el pie de nuevo en la costa levantina con un pequeño ejército, de unos cuatro mil hombres reclutados entre sus parientes, amigos y «clientes». Las dos legiones de Hispania le esperaban en su campamento de invierno: Castra Hibernia, en Carpetania. El general se encontró allí con unas tropas completamente desmoralizadas, desentrenadas e indisciplinadas. Sin miedo a enfrentarse a los soldados, «Expulsó a todos los mercaderes, prostitutas y adivinos. Limitó los alimentos a carne hervida y asada. Y les prohibió tener lechos, siendo el mimo quien descansaba sobre la hierba» según cuenta Apiano. En el curso de una revisión rutinaria, el cónsul requisó hasta veinte mil pinzas de metal para la depilación.320px-Puñal_íbero_de_frontón_(M.A.N.)_01[1]

Ante semejante muestra de dejación, Escipión sometió a sus soldados a ejercicios durísimos. Cada día los legionarios realizaban marchas de hasta treinta kilómetros, cavaban zanjas para rellenarlas de nuevo y levantaban muros para echarlos luego abajo, y cuando las mulas estaban sobrecargadas, repartía la carga entre los legionarios.

Tras varios meses de duro entrenamiento se dirigió a la zona por la ruta más larga, a través del territorio de los vacceos, saqueándolo para que estos enviaran provisiones a Numancia, y para asegurarse el abastecimiento del ejército. Escipión reclutó a mercenarios hispanos, disponía de tropas exóticas como honderos griegos etólios o elefantes africanos, que elevó el número de hombres a su mando hasta los sesenta mil entre legionarios, caballería y tropas auxiliares, frente a los ocho mil numantinos que narra Apiano. En numerosas ocasiones provocaron al general, pero éste evitó entablar combate. El asedio de Numancia iba en serio.


La caída de la ciudad

Escipión estableció el campamento al norte de la ciudad, que ya había sido utilizado en ataques anteriores. Dispuso otro campamento equidistante al sur, que puso bajo el mando de su hermano de sangre Favio Máximo Emiliano, y otros cinco campamentos menores, tres en el este y dos en el oeste. Unió estas posiciones con un muro de nueve kilómetros de longitud y dos metros y medio de ancho por tres de alto, coronado por una empalizada y reforzado con torres situadas a intervalos; lo precedía además un foso ancho y profundo. Incluso ordenó instalar un rastrillo que atravesaba el Duero para que tampoco se pudiera entrar o salir por las aguas. Cada cien metros se alzaba una torre dotada con una plataforma para catapultas. La presencia de piezas de artillería era del tipo de lanzador de piedras «lithobolos» como de dardos «oxibeles».Fichero_imagen_detalle

Cada sector de bloqueo estaba asignado a una parte del ejército, y se activó un sistema de señales mediante banderas rojas de día y almenaras de noche para dar la alarma en caso de salida de los numantinos. Para cerrar el paso del Duero a nadadores o pequeñas barcas, Escipión ideó un sistema con cuerdas que atravesaban el río y de las que pendían tablones erizados con lanzas y hojas de espada que entrechocaban en la corriente, impidiendo así el paso también por el agua.

Escipión estaba decidido a no intentar el asalto, pese a la debilidades de las fortificaciones numantinas. No estaba dispuesto a entablar combate con gente que luchaba a la desesperaba y evitaba así repetir el desastre de Cartago cuando tomó la colina de Byrsa. Numancia no careciera de muralla, ésta estaba hecha con débiles zócalos de mampostería. Pese a ello, una vez cerrado el cerco y asegurada una estricta disciplina de turnos de guardia, y dispuesto un eficaz sistema de alertas y mensajeros, es astuto general tuvo que esperar a que el hambre y la desesperación surtieran su efecto. A finales del 133 a.C. Numancia se rendía, Escipión hizo matar a heridos y enfermos y vendió a los sanos como esclavos, reservándose cincuenta para mostrarlos en Roma en el desfile que debía de conmemorar su triunfo sobre Numancia, que fue saqueada y quemada.TORRES


Resistencia hasta el fin.

Tras más de tres meses de asedio, enviaron una embajada a Escipión para tratar de las condiciones de una posible rendición. El general romano exigió la entrega total y sin condiciones de la ciudad y sus habitantes. Los numantinos se decidieron a resistir el asedio hasta el final; incluso se vieron obligados a reglamentar el consumo de carne humana debido a la escasez de alimentos. A finales de la primavera del 133 a.C. los numantinos agotaron sus reservas de alimentos. El hambre y las enfermedades asolaron la ciudad. Tan terrible fue la situación, que según Apiano, se llegó a cocer las pieles de los escudos o incluso se llegó a recurrir a la antropofagia, alimentándose de la carne de sus conciudadanos muertos o enfermos, habiéndose vuelto cual «bestias a causa del hambre».Fichero_imagen_detalle[1]

Debilitados por el hambre, a principios del verano los arévacos decidieron capitular, pero muchos de ellos, el día anterior al acordado para efectuar la entrega de las armas a Escipión, se suicidaron para no presenciar la caída de su patria. Los padres dieron muerte a sus hijos y esposas con sus propias manos para después suicidarse. Algunos se arrojaron sobre los romanos y perecieron entre las filas de los enemigos; otros se suicidaron sobre sus propias espadas, y un tercer grupo se arrojó al fuego. Los que se entregaron, apenas un centenar, presentaban un aspecto tan lamentable que impresionaron a los propios sitiadores: sucios, desgrañados y cubiertos de fétidos harapos, pero aún así orgullosos y temibles. Según Apiano «Terribles por sus miradas, pues todavía veían en ellos la expresión de la cólera, del dolor, del esfuerzo y la conciencia por haberse devorado mutuamente». Era finales de julio o principios de agosto del año 133 a.C., habían transcurrido nueve meses de asedio. Escipión seleccionó a 50 prisioneros para que Roma fuera testigo de su éxito, los restantes fueron vendidos como esclavos.1024px-Escudo_celtíbero_de_Griegos_(M.A.N._Inv.1976-40-1)_01[1]

La ciudad fue arrasada hasta los cimientos, cumpliendo las órdenes directas de Escipión, y el territorio fue dividido entre los aliados de Roma. La pequeña ciudad celtíbera de Numancia había sido un símbolo de resistencia al poder romano y, como a tal, se le impuso el supremo castigo de ser destruida y reducida a cenizas. Escipión prohibió su reconstrucción como si fuera una ciudad maldita.

En el año 132 el cónsul fue recibido en Roma entre grandes fiestas y aclamado como un héroe nacional. Como en tantas otras ocasiones en la historia militar, la efusión del sudor ahorraba sangre. Escisión se ahorraba así repetir la terrible experiencia del asalto a la colina de Byrsa, En la toma de Cartago.


La admiración de Roma

Tan grande era el amor a la libertad y el valor en esta ciudad bárbara y pequeña… Apiano.

En esa época Roma estaba en guerra con Cartago y con Grecia, pero le llegó a preocupar tanto el conflicto en Numancia después de tantas derrotas y tantos hombre muertos en las campañas que esta ciudad se conocía como «el sepulcro de las legiones romanas». A tal extremo llegó el temor de los romanos que los jóvenes que podían hacerlo empleaban todo tipo de estratagemas y trucos para librarse del reclutamiento en las legiones destinadas a combatir a los numantinos. Según el historiador Floro «Apenas si había romano que resistiera la mirada y la voz de un numantino». Polibio llegó a clasificar aquella contienda como «guerra de fuego» y escribe «era claro que aquella guerra los acobardaba y entre los jóvenes cundió un desanimo extraño»Numancia_Alejo_Vera_Estaca_1880[1]

A diferencia del odio visceral que Roma profesaba contra Cartago, numancia despertaba una gran admiración. La principal fuente sobre la guerra numantina es Apiano, que recibió su información de Polibio, un célebre historiador que acompañó a Escipión contra los numantinos. Y Apiano no escatima en elogios al «amor de la libertad y el valor» de aquellos celtíberos, destacando:

Qué clase de hazañas y cuántas en número llevaron  acabo contra los romanos, qué clase de tratados establecieron en pie de igualdad, que los romanos no habían permitido a otros llevar a término, y cómo desafiaron en combate repetidas veces al último general que les había puesto cerco con sesenta mil hombres.

Otro historiador romano, Floro, menosprecia la hazaña de Escipión, quien en su opinión había conseguido sobre Numancia un triunfo sólo de nombre por la desproporción de los contendientes, y en cambio ofrecía este elogio epitafio de la ciudad:

Defendió con fidelidad a sus aliados, y con un puñado de valientes resistió por largo tiempo a un pueblo que disponía de todas las fuerzas del mundo.


Bibliografía

http://www.enciclonet.com/

http://www.nationalgeographic.com.es/categoria/historia

Armas de la antigua Iberia – De Tartessos a Numancia. Fernando Quesada. Edición La Esfera de Libros.

Atlas ilustrado de la guerra en la antigüedad Roma. Ediciones Susaeta.

Biblioteca Osprey de Grecia y Roma. Editorial RBA.

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