¿Cómo entran las nuevas palabras en el diccionario de la RAE?


Siempre he escuchado aquella frase que critica tanto a los que conforman la Real Academia Española de la lengua: «No entiendo como han podido aceptar tal palabra en el diccionario» o «no tienen ni idea, la lengua la hace la gente»… Muchos podemos pensar que es por el uso excesivo que se le da a una determinada palabra, pero pocos se dan cuenta de las connotaciones de aceptar o no una palabra dentro de la lengua, o incluso una acepción; incluso quitarla.

La mayoría piensa que los que se encargan de realizar estos trabajos son unos «viejos hombres blancos, anticuados, misógenos y carcas, rondando los setenta y de una determinada ideología política», como he podido escuchar o leer en muchas ocasiones. Nadie se para a pensar en la diversidad de gente que conforman la RAE y en los años de dedicación a las letras que hay detrás en todas sus vertientes: escritores, periodistas…

Tan sólo lanzamos una crítica al aire, sin tener ni idea de lo que hablamos, que por otro lado es costumbre popular. Antes de juzgar, por lo menos hay que intentar entender las cosas, y esto es aplicable a todo lo que nos sucede en la vida. Hay que tratar de entender porque se hacen las cosas y así, no nos llevaremos impresiones equivocadas; porque detrás de una forma de actuar o de pensar, casi siempre hay una razón de ser. Espero que la persona que lea esto último reflexione y piense el porque se hacen ciertas cosas.

Aquí os dejo una explicación de como es el proceso que lleva las nuevas palabras hasta el diccionario de la RAE.

Sergi.


Las palabras son viajeras. Se pasan la vida de boca en boca hasta que, si no se pierden en los terrenos del olvido, su definición echa raíces en el diccionario. Ahí adquieren una voz más profunda, trascendencia, que aguanta mejor el paso de los años. Pero, ¿por dónde entran? ¿Qué caminos atraviesan? ¿Cuánto tiempo han de permanecer, errantes, a la intemperie? Porque no nos engañemos: su acceso a la Academia es lento y sinuoso, incluso hostil a veces. ¿Quién tiene la última palabra sobre cada palabra? Para alcanzar su destino las posverdades y los buenistas tuvieron que soportar vuelos transatlánticos de ida y vuelta, aguantar en la camilla hasta que los expertos finalizaron su exhaustivo análisis y rezar porque las conclusiones fueran favorables. Y antes de todo eso necesitan un valedor, alguien que las saque de los libros.

Todo comienza con una detección y una pregunta. ¿Por qué esta no? Cualquiera puede proponer la entrada de una palabra en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, que acoge las peticiones a través de la herramienta Unidrae. De hecho, fue el escrito de un particular el que consiguió que marisabidillo se aceptase en su forma masculina, una decisión avalada por el uso de esa forma registrado en el siglo XIX. Sin embargo, el grueso de las novedades llega a través de un cauce interno: o bien vienen de parte de los académicos (españoles o iberoamericanos), o bien de los lexicógrafos de la institución, que viven rastreando significados y elaborando definiciones. Aquí, ayuda también la tecnología, pues a través del programa Corpes XXI se elaboran listas de vocablos que se utilizan en los medios de comunicación y que todavía no están recogidas en el diccionario.


Los cinco controles

A partir del momento en el que nace la sugerencia, comienza un periplo que dura, como poco, un año y que tiene cinco controles. La primera parada se produce en las Comisiones especiales de la Academia, donde se analizan las propuestas. Existen un total de doce, divididas en especialidades (la de vocabulario científico y técnico, la de Cultura, la de neologismos) y compuestas por un número variable de expertos: la más amplia tiene doce y la más «íntima» tan solo tres. Esta división en departamentos es esencial, pues solo algunos elegidos pueden argumentar la pertinencia, o no, de sumar discinesia −«falta de coordinación muscular en los movimientos»− a las más de nueve mil entradas que conforman el diccionario. Por cierto, en esto del vocabulario científico el criterio de inclusión es si el término ha saltado de los ámbitos hiperespecializados a la divulgación.

En esas reuniones se produce un toma y daca, donde se discuten los distintos matices del término y las diferentes problemáticas que suscita la nueva palabra. Porque más allá de la frecuencia de uso y de la dispersión geográfica del término en cuestión, los dos criterios fundamentales para la RAE, siempre hay aristas que generan disputas. ¿Existe diferencia entre «selfie» y autofoto? ¿Tiene género masculino o femenino? ¿Escribimos chakra con «c» o con «k»? Después de estas disquisiciones la iniciativa muere o pasa al siguiente nivel: la Comisión Delegada, presidida por el director de la RAE, Darío Villanueva. Aquí se acogen las propuestas anteriores y se vuelven a debatir. Sí, la entrada a la Academia tiene más puertas que escalones; y todavía estamos en la segunda parada. Zanjados los debates, se elabora una propuesta concreta de su definición y de sus precisiones ortográficas y gramaticales. Pero no son ellos los que dan la forma definitiva a las entradas del diccionario, pues de eso se encarga el Instituto de Lexicografía, un tercer paso firme e imprescindible.


Ida y vuelta a América

«Hacemos los arreglos técnicos necesarios. Preparamos el material para que esté conforme a la planta del diccionario», explica Elena Zamora, directora técnica del DLE. Pero aquí no acaba la historia. Después de juntar un «paquete» de palabras aprobadas, este se manda a todas las academias americanas, que envían sus pareceres. Aquí, claro, surgen disputas y opiniones contradictorias. Este cuarto filtro es dispar y exige un último veredicto. «En estos casos, la Comisión Delegada toma la decisión última, siempre con arreglo a la documentación. Para nosotros eso es vital: para que algo pueda entrar en el diccionario tiene que haber documentación que lo respalde. Es indispensable y está por encima de todo», continúa Zamora. Ya lo decíamos al principio: el viaje a América es siempre de ida y vuelta.

El trayecto, en efecto, es largo: cada uno de los cinco filtros de la institución tiene que pasarse por consenso, esto es, con acuerdo común de todos los integrantes de cada comisión. Esto genera un proceso que, como anotábamos, dura como mínimo un año en el mejor de los casos. Sin embargo, el peso de algunas palabras, el ruido que generan en la sociedad, obliga a veces a tomar una camino más corto. La celebérrima posverdad nunca pasó por una comisión especializada: su inclusión en el diccionario se debatió directamente en el Pleno de la Academia. De hecho, se inició su discusión el pasado 22 de junio, el mismo día que los Reyes realizaban su visita anual al acto, tal y como recuerda Darío Villanueva, director de la RAE: «En aquel debate salieron varias ideas para su definición. Luego la propuesta se mandó al Instituto de Lexicografía y de ahí a las academias americanas». Ni la vía rápida evita los peajes.


Bibliografía

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