Reseñas del Autor: La Guerra de la Amapola


La guerra de la amapola llegó a mis oídos gracias a un vídeo en una conocida red social mientras buscaba nuevas sagas de fantasía. Descubrí, además, que su autora es una escritora estadounidense de origen chino, detalle que despertó de inmediato mi interés.

R. F. Kuang se mudó a Estados Unidos con apenas cuatro años; su familia paterna sufrió la ocupación japonesa de Hunan. Se crió en Dallas y estudió Historia en la Universidad de Georgetown, donde destacó en torneos de debate. Completó más tarde sendos posgrados en Relaciones Internacionales (Georgetown), Estudios Chinos (Cambridge y Oxford) y un doctorado en Lenguas y Literaturas de Asia Oriental en Yale. Todo ello, sorprendentemente, antes de cumplir los treinta.

En el frontispicio la novela exhibe dos citas promocionales: la primera afirma que es “una de las mejores novelas de fantasía de la historia”, según Time; la segunda la califica de “uno de los mayores logros de la fantasía moderna”. Time, en rigor, la incluyó entre las cien mejores del género; aun así, la etiqueta resulta desmedida.

Intrigado, consulté a una IA cuántas sagas de fantasía existen. Respondió tres niveles: 300 – 500 consideradas canónicas; 5.000 – 8.000 si sumamos las obras traducidas; y 20.000 – 40.000 autopublicadas o de mercados locales, cifra que crece cada año. Un océano de títulos donde el prestigio se reparte con cuentagotas.

Tras leer cientos de novelas de fantasía sigo creyendo que la clasificación es, sobretodo, excesiva. ¿Por qué? Porque a la obra le faltan aventura sostenida, auténtica intriga y un hilo argumental sólido. Ni la amapola —metáfora del opio— ni los choques imperiales se explotan del todo, y el resultado se queda lejos de la excelencia histórica que se le atribuye. El tiempo, quizá, pondrá la saga en su sitio.

Dos hombres recogen opio en un campo del distrito afgano de Nadali, en la provincia de Helmand. Droga. Cultivo. Horizontal

La autora vierte abundante mitología asiática —sobretodo china— en topónimos, personajes y episodios. Nikan recuerda a la Corea ocupada; Mugen, al Japón imperial. Transplanta la masacre de Nankín al asedio de Golyn Niis, la Unidad 731 a los laboratorios mugenses y la Larga Marcha al periplo de la protagonista en los siguientes volúmenes. Este espejo histórico justifica la crudeza de la violencia: nada gratuito, todo con resonancia real.

Sobre el opio, National Geographic describía cómo su consumo se convirtió en la primera gran emergencia sanitaria de China entre 1839 y 1842, cuando el emperador Daoguang, alarmado por los 4 – 12 millones de adictos, ordenó a Lin Zexu prohibir su comercio y destruir los cargamentos.

Aquella prohibición detonó la Primera Guerra del Opio. La adicción masiva derivó en malnutrición, infecciones pulmonares, abscesos y una arritmia conocida como “pulso del opio”, además de erosionar la productividad: jornaleros incapaces de trabajar y desertores que vendían cosechas —o incluso a sus hijas— para costear la droga. El drenaje de metales preciosos y la corrupción policial financiaron tanto el vicio como los conflictos bélicos.

En 1890 se estimaba que unos 40 millones de chinos —cerca del 10 % de la población— consumían opio, con picos del 20 % en algunas provincias. El ingreso familiar se esfumaba, mujeres y niños llenaban talleres y burdeles, y las mafias —la Banda Verde en Shanghái, por ejemplo— prosperaban al amparo de la policía corrupta. Kuang alude a esta tragedia histórica sin convertirla en tratado, suficiente para teñir de realismo su ficción.

El sistema mágico recuerda a la “canalización” de los juegos de rol clásicos: el hechicero actúa como conducto del poder divino. A veces esa energía fluye sin que la deidad intervenga; a mayor escala, exige oración y absoluta fe del mago.

Kuang fusiona esta canalización con el chamanismo, práctica ancestral que convierte al chamán —experto en lo sagrado— en puente entre el mundo tangible y el invisible. En la novela, la adormidera actúa como psicodélico que facilita el contacto con las deidades, igual que ciertos pueblos indígenas americanos empleaban sustancias visionarias.

En suma, La guerra de la amapola aborda un periodo poco explorado en la fantasía occidental, combina chamanismo y teúrgia, y no escatima en describir los horrores de la guerra y el racismo. Es una gran novela que, con el paso del tiempo, encontrará su lugar; hoy, sin embargo, aún no figura —con justicia— entre las cien mejores del género.

VALORACIÓN 8/10

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