Reseñas del Autor: 4000 Años de Controles de Precios y Salarios


Cuando empecé a escribir, una de las cosas que comenzó a interesarme más en profundidad fue la historia. Fundamentalmente para documentarme y darle más realismo a las novelas. O al menos intentarlo. Mi afición por la historia comenzó con la revista de Historia de National Geograpich, ya que comencé en el año 1997 con la original, la amarilla y a raíz de eso comencé a comprar la negra, la de historia. Poca gente sabe que tengo en casa todas las revistas de las dos colecciones en castellano, pero eso es otra historia…

Otra de las cosas que me empecé a dar cuenta, sobre todo al leer historia antigua, fue que después de los siglos seguimos cometiendo los mismos errores de antaño. Un ejemplo que me viene a la cabeza y el cual me sorprendió bastante, fue el de la especulación inmobiliaria llevada a cabo en Roma por Marco Licinio Craso en la época de Julio César y que le llevó a ser el hombre más rico de Roma y posiblemente uno de los más ricos de la historia. Lo mismo sucedió en el año 2008, cuando estalló la burbuja inmobiliaria con el escándalo de Lehman Brothers y a menor escala en nuestro país.

Siempre se ha dicho que: «Quien no conoce su historia está condenado a repetirla» y en este caso se puede aplicar a quien se olvida de su historia, no le importa su historia, tiene sus propios intereses y en la mayor parte de los casos la estupidez reinante o la ignorancia entre los que hoy se hacen llamar «progres». Alejándome de cortes políticos, siempre he tenido ideas de izquierda, entendiendo por izquierda estar con la gente de a pie e intentar que a todo el mundo le vaya mejor. Un matiz que quiero remarcar, ya que soy totalmente apolítico, porque creo, al igual que Reverte, que la aristocracia del siglo XXI es la política y la corte, todos los advenedizos que la acompañan.

Volviendo a la historia y a datos objetivos, «4000 Años de Controles de Precios y Salarios» recorre cuatro milenios de historia, en diversas épocas y lugares desde el antiguo Egipto de los faraones y la actual nación egipcia, Sumeria, la India, China, Roma, la Grecia Clásica, la Edad Media, el Renacimiento Europeo, la era colonial en América, la Europa Española del siglo de oro, Los Reinos Africanos, Australia, las dos guerras mundiales, la Rusia de Lenin y la de Stalin, la Alemania nazi, Estados Unidos, Canadá y un largo etcétera. En donde se han intentado controlar los precios de los productos o servicios, así como los salarios de los trabajadores, y en todas las consecuencias han sido nefastas, agravando el problema que trataban de arreglar, generando desabastecimiento, hambrunas, miseria o con efectos contradictorios que siempre pagan los mismos: la gente de a pie por la incompetencia o los intereses de quienes gobiernan. Sorprendentemente, el resultado siempre es el mismo: cuando las medidas se ven que no funcionan, se quitan y, sin embargo, al poco se vuelven a implantar.

Este libro llegó a mi conocimiento a través del actual presidente de Argentina, Javier Milei, un personaje controvertido que llevo siguiendo desde mucho antes de la pandemia, a través de vídeos de programas en los que parecía. Lo tachan de populista, de ultraderechista, de fascista, pero simplemente es un liberal, que no neoliberal (he intentado averiguar cuál es el liberalismo antiguo y no lo he encontrado). Es cierto que sus medidas son extremas al igual que su forma de pensar, pero, en cambio, lo que dice es bastante coherente. Y lo digo teniendo un pensamiento crítico y autocrítico, cosa que gente de corte «progre de hoy en día» carece, ya que su visión del mundo es absolutista y dogmática, es decir, criticando todo el mensaje que él lanza a las masas.

Alejándome de sesgos políticos y del hecho de que el prólogo esté escrito por el propio Javier Milei, cosa que tampoco dice nada a quien lo lea. Este libro fue escrito en una primera edición en 1978 por Robert L. Schuettinger. Si uno lee su biografía, aparecen palabras como Oxford Yale, Columbia, Orden de Mérito… y el desempeño de diversos cargos en Estados Unidos como asesor de asuntos exteriores de la Cámara de Representantes de EEUU, Subsecretario de Estado de Asistencia de Seguridad, asistente de política exterior de la Casa Blanca, además de cargos importantes en inteligencia, el Pentágono y Directo adjunto de Política de Seguridad Nacional. Un currículo Vitae que muchos quisieran para ser además profesor de universidad.

El otro escritor de este libro es Eamonn F. Butler, un economista británico prolijo en cuanto a obras y seguramente la gente que se opone al libre mercado lo verá como alguien a quien nunca se debería leer, por su corriente liberal, cercana a la blasfemia. Butler ha desempeñado puestos de cierta importancia, además de tener un doctorado Honoris Causa en 2012. Algo sin importancia en una sociedad que se equipara en un debate la opinión de un bufón con la de gente que ha dedicado toda una vida a ejercer una profesión o un cargo, y que por muy inútil que sea siempre va a saber más que el asno. Como dice la persona que más respeto en el mundo y que siempre ha sido mi referente: «deja al maestro aunque sea un burro».

Como he dicho con anterioridad, es una novela histórica que se centra exclusivamente en lo sucedido a lo largo de 4000 años cuando se ha intentado controlar y manipular los precios de las cosas y los efectos desastrosos que ello ha traído. Después, hay una segunda parte que explica por qué se produce la inflación, las causas y consecuencias de las mismas, y realiza una crítica constructiva de los controles de precios y salarios, sugiriendo alternativas para abordar estos problemas económicos. Y lo más importante es la gran cantidad de datos y la extensa bibliografía que se aporta para respaldar sus argumentos y conclusiones.

La primera información que me llegó a la cabeza sucedió en la India, en la región de Bengala. La cosecha de arroz en 1770 fue un desastre e hizo que un tercio de la población se muriera de hambre. Hasta aquí puede parecer un hecho que puede suceder en cualquier lugar; sin embargo, lo que nadie va a contar es que el gobierno de la región controló los precios del arroz artificialmente para que la gente pudiera comprar el arroz. Dentro de la ley de la oferta y la demanda, si la oferta cae, los precios suben; en cambio, al estar los precios bajos, las provisiones se agotaron rápidamente y lo que tenía que haber sido un racionamiento natural se convirtió en una catástrofe, producida por gente repleta de buenas intenciones.

Por primera vez en la historia humana un gobierno aprendió de sus errores y noventa y seis años después la región volvió a padecer una situación de hambruna. El gobierno, en vez de controlar de nuevo los precios en 1866, dejó circular el libre mercado.

En 1866, una gran cantidad de hombres respetables ingresaron al comercio porque el gobierno, publicando semanalmente los precios de cada distrito, hizo que el tráfico fuera fácil y seguro. Todos sabían dónde comprar el grano más barato y dónde venderlo más caro, y los alimentos eran también comprados en los distritos donde había abundancia y llevados a aquellos que los necesitaban con más urgencia.

Sir William Wilson Hunter, Annals of rural Bengal (Smith Eider, Londres, 1897).

Moraleja: en el primer caso, se impuso un control de precio y un tercio de la población murió; en el segundo se permitió que funcionara el mercado libre y la escasez se mantuvo bajo control.

Otra mención importante es el capítulo del control del precio de los alquileres. Muy didáctico al ver varios ejemplos de lo que sucede cuando se «topan» los precios: automáticamente los precios de los alquileres se disparan, ya que hay menos oferta y la demanda se mantiene. Otro efecto de este control es que para mucha gente, su única fuente de ingresos es alquilar su patrimonio, en muchos casos personas que han trabajado toda la vida.

El ejemplo claro es Paris. A mediados de siglo, existían 16.000 edificios en tan mal estado que solo podían ser demolidos. El 82% de los parisinos no tenía ni baño ni ducha. Más de la mitad tenía baños externos y una quinta parte no tenía agua corriente. Los propietarios no tenían dinero y, a medida que el capital se deteriora, los barrios pobres surgen.

Otros ejemplos de control del precio del alquiler son los realizados en la ciudad de San Francisco, en 1906 después de un tremendo terremoto que dejó en la calle a unas 225.000 personas. Se permitió dejar el mercado libre del alquiler y el problema de habitabilidad se contuvo. En cambio, en 1946, como consecuencia de la inmigración hacia el oeste, y con menos demanda que cuarenta años atrás, el problema de oferta fue dramático. ¿La causa? El tope del precio del alquiler.

La decadencia de la ciudad de Nueva York en los años 60 vino propiciada por un control de los precios de los alquileres iniciados en 1943. El control de precios se estima en el abandono y la destrucción final de unas 30.000 viviendas al año. Los efectos sociales sobre la ciudad fueron devastadores para los habitantes de la urbe.

En la antigüedad, una de las cosas que me ha sorprendido ha sido la aparición del código de Hammurabi. El rey babilónico fue uno de los pocos reyes que promulgó la igualdad entre personas, pero ante la ley, no nos equivoquemos. Es uno de los ejemplos más tempranos del principio básico del derecho de la presunción de inocencia, cosa que hoy en día se pone cada vez más en entredicho y me parece algo tremendamente peligroso. Fue el precursor y uno de los pocos códices sobre los que se basaron los derechos humanos en 1946, cuando Eleanor Roosevelt creó la carta de DDHH. Sin embargo, impuso un férreo sistema de control de precios y salarios, así como un fuerte intervencionismo del estado.

Un extracto del código de Hammurabi que se ha conservado hasta nuestros días reza:

257. Si un hombre contrata un trabajador de campo, deberá darle 8 kg de maíz por año.

269. Si un burro ha sido contratado para trabajar, 10 kg de maíz es su paga.

273. Si un hombre contrata a un trabajador, entonces, desde comienzos de años hasta el quinto mes, deberá dar granos de plata Per Diem. Desde el sexto mes hasta el fin de año, debe dar 5 granos de plata Per Diem.

277 Si un hombre contrata un barco de 60 toneladas, deberá dar la sexta parte de un shekel de plata Per Diem por su alquiler.

Código de Hammurabi

Puede parecer justo que se pague un salario o precio estipulado por un servicio determinado, pero hay que tener en cuenta que la sociedad babilónica tenía recursos y una economía limitada, sobre todo la babilónica. Se puede argumentar que los controles restringieron la producción y la distribución y ahogaron la progresión del imperio durante muchos años.

Sin embargo, los registros históricos muestran una caída del comercio durante el reinado de Hammurabi y sus sucesores. Esto se debió en parte al control de los precios y salarios, y en parte a la influencia de un fuerte gobierno central que intervino en la mayoría de los asuntos económicos generales.

No se muestran ya más tamkaru (mercaderes) prominentes y prósperos durante el reinado de Hammurabi. Más aún, solo se conocen unos pocos tamkaru en los tiempos de Hammurabi y posteriores… todos… evidentemente comerciantes y prestamistas menores.

W.F. Leemans

Otro nombre que suena con fuerza es el de Confucio en la antigua China. El doctor Huan-Chang Cheng afirma que las doctrinas económicas de Confucio sostenían que: «La interferencia del gobierno es necesaria para que la vida económica y la competencia sean reducidas al mínimo». Los gobiernos paternalistas chinos, así como lo fueron el egipcio y el babilónico, se dedicaron a realizar un exhaustivo control de precios apoyados por una enorme burocracia. Así, durante el reinado de los Chou había un manual de regulaciones gubernamentales para el uso de los mandarines de esta dinastía (Confucio nació en esta época 552 AD) en el que se muestra que había un jefe de comerciantes para cada veinte comercios, y su labor era la de poner el precio de cada ítem que se vendía.

Los funcionarios del gobierno intentaron acabar con la ley de la oferta y la demanda por su propio juicio. Cerca del año 1122 AD se nombraba un superintendente de grano cuya actividad era la de inspeccionar los campos y determinar la cantidad de grano que se iba a recolectar y distribuir de acuerdo a las condiciones de la cosecha, cubriendo el déficit de la demanda y ajustando la oferta. En cambio, la historia no dio los resultados esperados. Según Cheng: «cada vez que el gobierno tomaba alguna medida minuciosa, fracasaba, con pocas excepciones».

En el periodo clásico de la historia de China hubo economistas que culparon directamente a los gobiernos por la subida de los precios. Por ejemplo, Yhe Shih (1150-1223) anticipó por varios siglos el principio conocido por la ley de Gresham en occidente.

Cuando en un país circulan simultáneamente dos monedas de curso legal, una de ellas es considerada por el público como buena y otra como mala. La moneda mala siempre expulsa del mercado a la mala, es decir, la gente prefiere pagar con la moneda más débil y ahorrar con la más fuerte.

Se cumple en las siguientes condiciones:

  • Circulación de monedas del mismo metal. Las monedas más deterioradas desplazan a las mejores conservadas.

    • Circulación de monedas de diferentes metales. La moneda cuyo valor comercial es inferior a su valor monetario desplaza a aquella cuyo valor comercial es mayor que el valor monetario.

    • Circulación de monedas y billetes. Tradicionalmente el billete cumplía la función de moneda mala frente a las monedas.

Un ejemplo de esta ley sucedió en España en la década de los 60 del siglo XX, cuando se acuñaron monedas de plata de 100 pesetas, que desaparecieron de la circulación al subir el precio de la plata en los mercados internacionales.

Ley de Gresham

Yhe shih escribió: «Los hombres que no investigan la causa fundamental (de la inflación), simplemente piensan que debe emplearse papel cuando la moneda escasea.» Pero en cuanto se emplea, la moneda es más escasa aún. Por lo tanto, no es solo la suficiencia de los productos (Escasez, por ejemplo de arroz) que no puede verse, sino que la superficie de la moneda no puede verse. Otro economista chino de la misma época, Yuan Hsieh (1223) dice más o menos lo mismo: que la inflación no puede combatirse controlando los precios o con emisión monetaria.

Ahora viajamos hasta la antigua Roma y para sorpresa de muchos veremos el efecto de subvencionar a la gente necesitada (no estoy diciendo que no haya que ayudar a quien realmente lo necesita, sino al uso indiscriminado de las ayudas y sus efectos perniciosos en la sociedad) y ahogar a la gente que produce y trabaja. Desde el siglo IV AD se aplicaron las leyes sobre el grano, el gobierno romano compraba provisiones de maíz y trigo en tiempos de escasez y las revendía al pueblo a un precio fijo bajo. Bajo el tribuno Caius Gracchus se promulgó la Lex Sempronia Frumentaria, que permitía a cada ciudadano romano el derecho a comprar una cierta cantidad de trigo a un precio oficial mucho más bajo que el valor de mercado.

En el año 58 AC esta ley fue «mejorada», para conceder a cada ciudadano trigo gratuito. Hay que tener en cuenta que en aquella época la inmensa mayoría eran pobres y pasaban hambre. El resultado llegó por sorpresa para el gobierno: muchos de los agricultores que vivían en el campo, simplemente lo dejaron para irse a vivir a Roma sin trabajar. Los esclavos fueron liberados por sus dueños, para que, como ciudadanos, fueran mantenidos por el estado y no por ellos mismos. En el año 45 AD, Julio César descubrió que uno de cada tres ciudadanos recibía trigo del gobierno.

Otro ejemplo claro que se puede estudiar en Roma es cómo la inflación se produce por la emisión monetaria. Debido a los ingentes gastos del imperio y el consecuente problema económico que sufría Roma, los emperadores comenzaron gradualmente a devaluar la moneda. Nerón (54-68) comenzó con pequeñas devaluaciones y Marco Aurelio (161-180) redujo el peso de las monedas y los precios ESTIPULADOS en denarios crecieron. El emperador Comodo (180-192) acudió al control de precios para paliar la subida y la situación se recrudeció.

Egipto, el granero de Roma, es la que más sufrió: en el siglo IV, el Solidus de Oro cambió de 4000 a 180 millones de dracmas egipcias. La ingente cantidad de dinero en circulación hizo que los precios se disparasen, de tal forma que la misma medida de trigo en Egipto creciera de 6 dracmas en el primer siglo a 200 en el tercero. En el año 314 el precio ascendió a 9000 dracmas y a 78.000 en el 334. Después del año 344, el precio se disparó a más de 2 millones de dólares.

Y así llegamos hasta el Edicto Diocleciano, el más famoso y más extensivo intento por controlar los precios en toda la historia romana. Cuando Diocleciano asumió el trono en el año 284, los precios de las mercancías de todo tipo y los salarios de los trabajadores alcanzaron niveles sin precedentes en Roma. Los registros históricos muestran que gran parte de los problemas llegaron por la ingente cantidad de gasto público: el vasto incremento que el emperador hizo de las fuerzas armadas, propiciado por varias invasiones bárbaras; a su enorme programa de construcciones; a su consiguiente elevación de impuestos; al empleo de más y más funcionarios públicos y, finalmente, al uso de mano de obra forzada para cumplir con gran parte de su programa de obras públicas.

Por supuesto, y tal y como sucede hoy en día con gobiernos de corte paternalista, la culpa de su ineptitud o de su fanatismo nunca es de ellos. Como en estos últimos, Diocleciano echó la culpa a los comerciantes y mercaderes (en la actualidad a las empresas) de la alta inflación y a su «desmesurada» avaricia. Sin embargo, el enorme gasto público hizo que se aumentaran los impuestos (un hecho que nos recuerda a la actualidad en nuestro país), y a medida que estos crecían, la base impositiva se redujo y como resultado, cada vez era más difícil recaudar impuestos, creándose un círculo vicioso. Es difícil de entender para muchos que, fomentando la reducción de impuestos y aumentando la base impositiva, se recaude más. Eso sí, para hacer esto, intrínsecamente es necesario reducir el gasto.

El dilema era seguir acuñando monedas para proveer de dinero necesario para sostener el ejército y la burocracia masiva con un denario cada vez menos valioso o cortar los «gastos gubernamentales» y así reducir el requerimiento para acuñarlos. En términos modernos, inflar o deflacionar. Diocleciano decidió que la deflación, reducir los costos del gobierno militar y civil era imposible y optó por seguir inflando y a esto añadió un control de precios y salarios e hizo imposible decidir al pueblo cuál era el valor de la moneda oficial. El famoso Edicto fue creado en el año 301 para dar cumplimiento a este fin.

Los primeros resultados fueron la retención de mercadería. Artesanos, agricultores y mercaderes querían un precio adecuado a sus productos para poder subsistir (algo así pasa con los agricultores y ganaderos en nuestro país). El edicto dispuso pena de muerte para quien lo hiciera. La misma pena se imponía a quien comprara por encima del precio estipulado.

Como la moneda carecía de valor Diocleciano, creó un sistema de impuestos basado en pagos en especie. Este sistema tuvo como efecto, vía el ascripti glebae, la destrucción total de las libertades de las clases bajas, se convertirían en siervos y confinados a trabajar la tierra para asegurar que los impuestos serían recaudados.

Han aparecido además al menos 30 listas de precios del Edicto en lugares grecoparlantes con una infinidad de controles, por ejemplo, el precio de bushel de cebada estaba fijado en 87 centavos o a los maestros de oratoria se les pagaba hasta 1,08 por alumno/mes. Los resultados no fueron inesperados y de acuerdo con el texto del Edicto, para el emperador:

…entonces se puso a regular los precios de todas las cosas vendibles. Hubo mucha sangre derramada sobre cuentas triviales e insignificantes, y la gente no llevó más provisiones al mercado., ya que no podían obtener un precio razonable por ellas y eso incrementaba la escasez tanto, que luego de que varias hubiera muertas por ella fueron dejadas de lado.

L.C.F. Lactantius, A Relation of the death of the primitive persecution (Amsterdam 1697)

En menos de 4 años el precio del oro se disparó un 250% y Diocleciano abdicó. Al final del siglo, el precio del oro alcanzó un 2000% hablando en denarios. La inflación llegó hasta tal punto que los emperadores siguientes trataron de atar la sangre a la tierra, a modo de servidumbre, pero con el tiempo tanto los ricos como los pobres rogaron a los bárbaros que los liberaran. En el 378, los mineros de los Balcanes se entregaron en masa a los invasores visigodos para salir del ahogo del imperio.

En último lugar de la Historia antigua he dejado a la Grecia Clásica. Un ejemplo sencillo que me viene a la mente es el de Atenas; más de la mitad del grano que necesitaba la urbe provenía del exterior o lo tenían que adquirir. Xenofonte cuenta que el conocimiento del comercio del grano era considerado como una de las cualidades de un hombre de estado y, por supuesto, cuando la oferta de grano disminuía, el precio aumentaba y cayera cuando había abundancia. Estos hombres de estado se llamaban Sitophylakes, que no eran otra cosa que inspectores de grano cuyo propósito era establecer el precio del mismo tal y como el estado ateniense consideraba justo.

El concepto precio justo lo hemos podido ver en algunos países de Sudamérica y recientemente en España. Es un precepto medieval que se aplicó de forma excepcional en Atenas. Cuando esta medida fracasaba, el gobierno ateniense nombraba a funcionarios llamados Sitonai, compradores de maíz, que compraban las ofertas dondequiera que estuvieran a un precio desorbitado si era necesario. El dinero, que salía de los propios ciudadanos a través de impuestos, hacía que pagaran de forma directa el grano a un «precio justo», pero de forma indirecta mucho más caro a través de los impuestos que las autoridades tenían que recurrir debido a su incompetencia.

El discurso que ha sobrevivido de uno de los frustrados políticos atenienses que imploraban sentenciar a muerte a los mercaderes transgresores, dice así:

Pero es necesario, señores del Jurado, castigarlos no solo en virtud del pasado, sino también como un ejemplo para el futuro; porque como están las cosas ahora, difícilmente serán soportables en el futuro. Y consideren que, como consecuencia de esta vocación, muchos ya han sido sometidos a juicio por sus vidas, y son tan grandes los emolumentos que pudieran derivar de ello que prefieren arriesgar su vida cada día, en vez de dejar de obtener de ustedes, el público, sus beneficios impropios… Si ustedes entonces los condenaran , actuarían justamente y comprarían el grano más barato, de otra forma el precio será muy superior.

Eight Orations of Lysias

El resultado final, si todo lo demás fallaba, era que la política colonial ateniense hacía que fuera conveniente deshacerse del excedente de ciudadanos que la economía regulada no podía sostener, y la guerra era un buen instrumento para eso.

Entrando en el medievo, otra de las cosas que más me ha sorprendido de esta obra, es cómo en la época de los Tudor, un economista, John Hales, habla muy claramente sobre cómo funciona la inflación y cuáles son sus problemas. Probablemente, esto esté escrito entre 1549 y 1581, y salvo por el lenguaje, el pasaje podía tranquilamente haber sido escrito ayer.

En el mismo periodo, el siglo de oro español y algo que no recoge esta obra, es lo que los expertos han denominado «La Revolución de los Precios». Entre 1500 y 1640, la ingente cantidad de oro y plata que llegaron a través del puerto de Cádiz hicieron que la masa monetaria se expandiera y la tasa de inflación se sextuplicara. Un hecho poco corriente, para la época, acostumbrados a la estabilidad de los precios.

Me ha extrañado que este hecho no venga recogido en el libro, y es algo de lo que nadie habla, tan solo se mencionan las riquezas que los españoles trajeron de América, sin tener presente cómo se devaluó el precio del oro y de la plata a causa de la inflación. Aquí es donde nace la denominada «Escuela de Salamanca», que no dejaban de ser un grupo de teólogos y juristas españoles que se ocuparon de los fenómenos económicos que empleaban problemas morales.

Lo que les distingue de otros autores anteriores es que introdujeron en sus investigaciones una importante novedad para determinar si las actividades económicas que se realizaban en su tiempo se ajustaban o no a la moral realizaron previamente un análisis de dichas actividades. Estos auténticos análisis de las actividades económicas les llevaron a formular las nuevas teorías que vamos a exponer seguidamente: la teoría cuantitativa del dinero y la teoría del intercambio de dinero basada en la paridad del poder adquisitivo.

La teoría cuantitativa afirma que el incremento de la cantidad de dinero que circula en un país hace aumentar el precio de las mercancías y de los salarios, y una disminución en la masa monetaria tiene el efecto contrario.

Teniendo en cuenta, como hemos visto, que el verdadero valor del dinero depende de lo que con él se puede comprar, los doctores de la Escuela de Salamanca desarrollaron una teoría para explicar cómo se producían los intercambios de dinero entre distintos lugares.

Según los escolásticos españoles, la capacidad adquisitiva de la moneda, es decir, su poder de compra, está determinado por el volumen del dinero porque, como dice la teoría cuantitativa, si aumenta el dinero, aumentan los precios. Esto no quiere decir que si los precios de las mercancías suben en un lugar como consecuencia del aumento del dinero en circulación, mientras que ningún crecimiento del mismo ha producido un alza parecida de los precios en otro lugar, el dinero no mantendrá ya el mismo valor en ambos lugares, sino que valdrá menos en el primero.

Como consecuencia de ello, el dinero valía menos en España que en resto de Europa, por lo que en los intercambios dinerarios España salía perdiendo. Por lo tanto, a un mercader que da 410 maravedís a otro mercader o banquero en una feria de España, se le paga con solo 360 maravedís en Flandes, con lo que sufre una pérdida de 50 maravedís.  Pero si el intercambio es al revés, gana.

Se puede hablar también de la revolución francesa y de los primeros años de existencia de Estados Unidos y Canadá, el siglo XIX o la primera guerra mundial. En la época entre guerras me parece interesante el ejemplo que sucede en Nueva Zelanda, Japón o el intento por controlar el precio de la seda y el frustrado intento de control de precios en Brasil. Sin embargo, el último ejemplo que mencionaré será el de la Alemania antes de la Segunda guerra mundial y el ascenso al poder de los Nazis.

La gran inflación que sufrió Alemania después de la Primera Guerra Mundial constituyó uno de los elementos más significativos del siglo XX y fue uno de los factores principales, sino el más fundamental para llevar a Adolf Hitler al poder. La moneda en circulación registró un aumento de 6 billones de marcos en 1913 a 92.000.000.000.000.000 en noviembre de 1923. Fue tan grave la inflación que, como explica William Guttman, una taza pasaba a valer de 5000 a 8000 marcos mientras la bebía o unos zapatos que en 1913 costaban 12 marcos, se vendían en 1923 a 32 billones de marcos.

Desde los días de la Primera Guerra Mundial el Goldmark, la moneda del Imperio alemán había sufrido una grave pérdida de valor real y de poder adquisitivo, pues el gobierno germano emitió papel moneda para hacer frente a sus necesidades derivadas de la guerra, llamando Papiermark a estas nuevas emisiones. Debido a las urgencias nacidas del conflicto, el Papiermark carecía de respaldo en oro y no era convertible en este metal precioso, lo cual era una situación inusual para la época, donde el esquema del patrón oro requería que todas las emisiones de papel moneda de un país estuvieran respaldadas en oro, precisamente para garantizar su valor.

El Papiermark, pese a la exigencia de las reparaciones, mantenía un tipo de cambio relativamente estable en los 60 marcos por cada dólar estadounidense durante la primera mitad de 1921.​ Sin embargo, el «Ultimátum de Londres» por las reparaciones de la guerra de mayo de 1921 demandó un total de 2.000.000.000 de marcos de oro anuales, una suma elevadísima y sin precedentes que representaba más del 26 % del valor de las exportaciones alemanas. El primer pago se realizó en agosto de 1921.​

La hiperinflación alcanzó su máximo en noviembre de 1923, pero fue suprimida con una nueva moneda: el Rentenmark, que entró en circulación el 15 de noviembre de 1923. El gobierno se apoyó en esta nueva moneda de valor fijo, finalmente aceptada, mientras se puso fin a la emisión de billetes.

Otro hecho relevante en Europa en el siglo XX fue el del férreo control de precios y salarios y la enorme burocracia de la Rusia de Stalin, que terminó generando un gran mercado negro en todo el país.

Para finalizar, la obra explica con ejemplos históricos y constructivos cuáles son las causas de la inflación y cómo manejarla, así como las curas contra ella. Como dice Milton Friedman: «la inflación es en todo lugar y en todo momento un fenómeno monetario» y gracias a ello, entre otras cosas, recibió el premio Nobel de Economía en 1976.

Como se puede observar, el origen de la inflación normalmente suele venir motivada por un gasto desmesurado del estado y, en vez de recortar, lo que hacen los gobiernos es imprimir, acuñar o generar más dinero del que la economía puede absorber, de tal forma que a los políticos les beneficia la inflación, ya que son capaces de mantener el gasto y a la vez pagar sus deudas.

¿Te puede imaginar que tienes una hipoteca y unos gastos mensuales que te ahogan y de pronto puedes imprimir billetes sin control? Sería maravilloso… Y la falsificación, por eso se persiguen tanto los billetes falsos, ya que a gran escala pueden generar efectos nocivos. Los gobiernos se benefician de esto además porque recaudan más impuestos. Al subir los precios, la tasa impositiva no se adecua al alza, es decir, tu IRPF es el mismo, pero tu poder adquisitivo baja, y, por lo tanto, al seguir teniendo el mismo porcentaje, pero pudiendo comprar menos cosas, tienes que pagar el aumento de esos impuestos. El término correcto o técnico es deflactar (RAE).

Pero esta emisión monetaria descontrolada no es inocua, sino que, como hemos visto en los múltiples ejemplos, genera inflación, que por definición es el alza de todos los precios y servicios de golpe y a la vez, no solo la subida del gas o del aceite, que a eso se le llama encarecimiento de los productos. Tal y como se pretende explicar, se llama inflación a todo, porque se ha pervertido el término, pero no deja de ser un fenómeno monetario, es decir, relacionado exclusivamente con la moneda. Además de ser el término más estudiado y demostrado dentro de la economía.

¿Qué sucede después de tener un gasto enorme y emitir divisas?, que aparece la inflación y el alza de todos los precios, y como hemos visto a lo largo de este artículo, la culpa es del mercader avaricioso o de los malvados empresarios que quieren hacerse ricos, mientras que los únicos que se enriquecen son los gobernantes. Entonces la única solución que se propone siempre es controlar los precios, por ejemplo los «precios justos», como decía Hugo Chávez en su famosa campaña para comprar a las masas, mientras los arruinaba y se aprovechaba de la esperanza de la gente.

Como consecuencia, los bienes se retiran del mercado, la calidad de los productos disminuye para tratar de luchar contra la inflación, surgen los mercados negros, aparece la escasez de productos y el desabastecimiento, la pobreza emerge en su mayor crudeza e incluso se tiene que llegar al trueque para poder subsistir, golpeando con mayor crudeza a los más necesitados. Pero el demonio es el malvado empresario que su intención es enriquecerse a costa de las personas.

Me duele pensar como la ineptitud y el fanatismo «progre» que inunda hoy en día nuestra sociedad, les da un aire de superioridad moral a muchas personas, frente a otras que pensamos de forma diferente, pero cuya finalidad es que no haya pobres y a la gente le vaya bien: lo que llamo prosperidad (un término que, por otro lado, este colectivo nunca empleará ni le he oído emplear), están repletos de buenas intenciones y cuando meten la pata hasta el fondo se oyen expresiones como «yo pensaba», «yo creía» o «yo esperaba».

Quizás sea porque soy una persona pragmática, acostumbrada a resolver problemas y a crear cosas de forma desinteresada, obteniendo resultados en el ámbito personal y laboral, que no puedo entender de dónde viene esa fijación. Intuyo que puede ser envidia, complejo o el ego de un tonto ilustrado. No puedo entender por qué gente sin entendimiento, no solo teórico, sino práctico, se pone a regular o a opinar sobre lo que no tiene ni idea, la lía y después la culpa siempre es de otro, de la luna llena y las mareas más concretamente.

Hay una cosa que hay que tener en cuenta: que el oficio no hace a la persona, es decir, uno puede ser economista y ser un completo inepto. Yo he estudiado informática en la universidad de Deusto, y me he encontrado con gente sin estudios y con estudios que dicen que saben y gente humilde que son grandes genios de la materia. Los menos por desgracia. La gente buena en una materia suele ser humilde y no da demasiado bombo a sus logros ni se cree un ser de luz. Me viene a la cabeza el hermano de un ministro del gobierno que es profesor de economía en algún lugar que no me importa; sin embargo, hay que diferenciar entre ser licenciado en derecho o doctor en derecho y ser abogado. Hay una gran diferencia.

Con esto quiero decir que no se pueden dejar cosas tan importantes que afectan a toda la gente, en mayor o menor medida, en manos de incompetentes, ya que la estupidez no tiene cura y no hay nada más peligroso que un idiota con iniciativa. Algo que, por otro lado, siempre he despreciado.

El libro se centra principalmente en la historia de los controles de precios y salarios y no aborda los problemas económicos actuales de manera exhaustiva. Es demasiado crítico con los controles de precios y salarios, lo que puede hacer que algunos lectores se sientan incómodos o en desacuerdo con sus argumentos. E incluso puede ser demasiado técnico o detallado para algunos lectores, lo que puede dificultar la comprensión de los conceptos económicos.

Por otra parte, ofrece una visión histórica y detallada de los controles de precios y salarios a lo largo de 4000 años. El autor presenta una gran cantidad de información y datos que respaldan sus argumentos y conclusiones, es accesible y fácil de leer, incluso para aquellos que no tienen experiencia en economía y ofrece una crítica constructiva de los controles de precios y salarios y sugiere alternativas para abordar los problemas económicos.

Si te interesa el tema, es sin duda un libro revelador que explica cómo los controles de precios y salarios tan solo son un remedio a una enfermedad a la que hay que buscar la cura. Si no se encuentra la causa del problema, nunca se resolverán sus efectos: Cessant causa, desset effectus.

VALORACIÓN: 9/10

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